La desigualdad económica

¿Está matando al capitalismo?
(Columna de Robert Skidelsky, profesor emérito de economía política de la Universidad de Warwick. Project Syndicate, 2012)
Hay un consenso general de que los créditos bancarios excesivos provocaron la crisis de 2008- 2009, y que la dificultad para recuperarse adecuadamente de dicha recesión está en el rechazo de los bancos a otorgar créditos debido a que sus hojas de balance están quebradas. La historia típica (y la preferida de partidarios de Friedrich von Hayek y la escuela austríaca de economía) dice así: en el período previo a la crisis los bancos ofrecieron más créditos a los prestatarios de lo que los ahorradores habrían estado dispuestos a dar, gracias al dinero barato que dieron los bancos centrales, en particular, la Reserva Federal de Estados Unidos. El dinero de los bancos centrales abundaba en los bancos comerciales, que daban créditos para muchos proyectos malos de inversión, con la explosión de la innovación financiera (especialmente de los instrumentos derivados) estimulando ese frenesí prestador. Esta pirámide invertida de deuda colapsó cuando la Reserva Federal finalmente frenó la maratón de gasto mediante un aumento de las tasas de interés. La Fed incrementó la tasa de los fondos federales de 1% en 2004 a 5,25% en 2006 y así la mantuvo hasta agosto de 2007. Como resultado, los precios de las viviendas se desplomaron, dejando una estela de bancos zombis (cuyos pasivos superaban por mucho a sus activos) y arruinaron a los prestatarios.
Ahora parece que el problema es de volver a reanimar el crédito bancario. Los bancos dañados, que no quieren otorgar préstamos, de algún modo tienen que sanearse. Este ha sido el objetivo de los vastos rescates en los Estados Unidos y en Europa, seguidos de varias rondas de facilitación cuantitativa que sirvieron a los bancos centrales para imprimir dinero e inyectarlo al sistema bancario a través de una serie de canales poco ortodoxos. Los hayekianos se oponían a dicho método porque señalaban que el crédito excesivo había provocado la crisis y no se podía salir de ella otorgando más crédito.
Asimismo, los sistemas regulatorios se han endurecido en todas partes para evitar que los bancos pongan en riesgo nuevamente el sistema financiero. Por ejemplo, además de su mandato de estabilidad los precios, al Banco de Inglaterra se le ha encomendado la nueva tarea de mantener “la estabilidad del sistema financiero.” Este análisis, aparentemente verosímil, depende de la idea de que la oferta de crédito es esencial para un buen funcionamiento de la economía: mucho dinero la arruina, y muy poco la destruye.
Enfoque alternativo
No obstante, uno puede tener otro punto de vista y pensar que la demanda de crédito, en lugar de la oferta, es el motor crucial de la economía. Después de todo, los bancos están obligados a dar crédito sobre la base de los avales adecuados; y previo a la crisis, los precios crecientes de la vivienda funcionaron como tales. En otras palabras, la oferta de crédito fue un resultante de la demanda de crédito. Así pues, la cuestión del origen de la crisis adquiere otro enfoque. La culpa no fue tanto de los acreedores depredadores sino de los deudores imprudentes o engañados.
Entonces, la pregunta que surge es: ¿Por qué las personas querían tanto crédito? ¿Por qué en la época previa a la recesión el coeficiente de deuda sobre el ingreso de los hogares se elevó a niveles nunca antes vistos? Coincidamos en que las personas son ambiciosas y que siempre quieren más de lo que les permiten sus posibilidades. Pero, ¿por qué se manifestó de modo tan obsesivo esta ambición? Para dar una respuesta debemos ver lo que está pasando con la distribución del ingreso.
El mundo se estaba volviendo gradualmente más rico, pero la distribución del ingreso al interior de los países se estaba haciendo cada vez más desigual. Los ingresos medios se han estancado o incluso han caído en los últimos treinta años, incluso cuando el PIB per capita ha aumentado. Esto significa que los ricos han estado acaparando una proporción enorme del crecimiento de la productividad. ¿Y qué hicieron los relativamente pobres para estar a la altura en este mundo de expectativas crecientes? Hicieron lo que los pobres siempre han hecho: endeudarse.
En tiempos pasados, se endeudaban con los empeñadores; ahora, se endeudan con los bancos o con las compañías de tarjetas de crédito. Además, como su pobreza era sólo relativa y los precios de las viviendas aumentaban rápidamente, los acreedores les permitían endeudarse gustosamente cada vez más. Por supuesto, algunos estaban preocupados por la caída de la tasa de ahorro de los hogares, pero pocos estaban demasiado preocupados. En uno de sus últimos artículos, Milton Friedman escribió que los ahorros, en el mundo actual, eran las casas.
Para mí, este punto de vista explica mucho mejor que el enfoque ortodoxo por qué después de todo el dinero que los bancos centrales han inyectado, los bancos comerciales no han reanudado el crédito, y por qué la recuperación económica se ha desacelerado. Así como los prestamistas no obligaron al público a obtener créditos antes de la crisis, ahora tampoco pueden obligar a los hogares fuertemente endeudados a obtener créditos, o a las empresas a solicitar préstamos para expandir la producción cuando los mercados están planchados o contrayéndose.
La solución
En resumen, la recuperación no puede quedar sólo en las manos de la Fed, el Banco Central Europeo o el Banco de Inglaterra. Necesita la participación activa de los responsables del diseño de las políticas fiscales. Nuestra situación actual no requiere prestamistas de última instancia, sino gastadores de última instancia, y ese papel sólo lo pueden desempeñar los gobiernos. Si los gobiernos, con sus ya elevados niveles de endeudamiento, creen que ya no pueden tomar más crédito del público, entonces deben pedir crédito a sus bancos centrales y gastar los fondos excedentes en obras públicas y proyectos de infraestructura. Esta es la única forma de reactivar las grandes economías occidentales.
Sin embargo, más allá de esto, no podemos mantener un sistema que permite que una parte tan grande del ingreso nacional se concentre en tan pocas manos. La redistribución concertada de la riqueza y el ingreso han sido, con frecuencia en el pasado, esenciales para la supervivencia a largo plazo del capitalismo. Estamos a punto de volver a aprender esa lección.